Hay algo de milagro en todas estas cosas.
Resurreciones, inesperadas de tan esperadas.
Resurreciones en sentido estricto:
El esperado, atado a la muerte de quien le diera la vida,
al renacer nos devuelve algo,
qué digo algo,
todo casi de quien nos fue arrancado.
Guido es uno más de los que sale de entre los escombros
de esa sociedad que fue dinamitada.
Uno cuya falta tenía un rostro conocido por el mundo de los vivos.
De alguien a quien los carroñeros de allá lo desconocen todo.
De alguien a quién los carroñeros de acá odian
(por detrás de sus sonrisas de ortodoncia).
Que la odian porque la vida es la des-carroña.
El hueco a través del cual Guido se abrió paso
es ahora mucho más grande,
más cómodo, más acogedor
para quienes se atrevan
(por fin) a seguirlo.
Aquí los esperamos,
con esa felicidad que se construye sin parar
cuando otra vida recuperada
(resurrecta)
nos enseña a todos
lo estúpido del mal.
Lo fácil que resulta, desde la felicidad
disolverlo
y soplar las minúsculas gotas ácidas
al viento reparador.
Gracias Guido.
Gracias Estela.
Gracias viejas cuerdas.
Cuerdas de toda cordura.
Gracias por las lágrimas
y estas sonrisas, que lenta
(e imparablemente)
las sustituyen.
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