Hace un par de años publiqué una entrada titulada "Stieg Larsson y la lucha contra la impunidad". En ella relataba el impacto que me había producido la lectura de "Los hombres que no amaban a las mujeres", y trazaba también una pequeña semblanza de su autor, de su lucha contra la extrema derecha, de los malos tratos a las mujeres y de la impunidad en general.
La novela es un thriller extraordinario, que te mantiene en vilo hasta el final.
Pero además, como en los fondos de las pinturas renacentistas, que nos dicen mucho de la época en la que éstas fueron pintadas, hay situaciones descritas en esta novela que nos hablan de otras cosas.
Hablemos de ellas.
Cuando el autor nos presenta a uno de los dos protagonistas, Mikael Blomqvist, periodista, ¿dónde lo hace? En las escaleras de un tribunal, dónde acaba de ser condenado a tres meses de cárcel y una cuantiosa multa por difamación. ¿Por qué? Porque publicó una nota sobre los chanchullos de un magnate, que resultó estar basada en datos falsos. Así que éste lo denunció, fueron a los tribunales, Blomqvist perdió, a pagar su pena. El autor es periodista de profesión, ¿aprovecha la oportunidad para hacer una alegato en contra de los tribunales, y a favor de la libertad de expresión? No; más bien al contrario, en todos los diálogos que se suceden en la redacción de Millenium, la revista que codirige, cada vez que se va a publicar algo se evalúa la fiabilidad de las fuentes, lo "sostenible" de lo que se publicaba. Se da por descontado que si se publica algo falso, hay que pagar consecuencias. Son las reglas.
No me va a decir doña Rosa que usted sospechaba que en Suecia, uno de esos países en serio de los que se llena la boca nuestro prenserío y opo-litiquerío, se cercenaba la libertad de expresión. ¿Sabe qué pasa? En Suecia se puede decir cualquier cosa, pero... se exige que sea verdad.
Debe ser que son protestantes, debe ser.
Ahora bien. No todo es de color de rosa, doña. En el mismo libro, el autor, que como ya dijimos arriba también es periodista, nos hace saber que su personaje/alter ego, Mikael Blomqvist, había publicado un libro. En éste se describían los desmanes hechos por sus colegas, periodistas económicos, criticando la impunidad -vaya vaya- de la que eran beneficiarios. Y lo hace con estas palabras:
La obra, de doscientas diez páginas, se titulaba La orden del Temple y llevaba el subtítulo Deberes para periodistas de economía que no han aprendido bien su lección.
...
El primer capítulo consistía en una especie de declaración de guerra donde Blomkvist no se mordía la lengua.
Durante los últimos veinte años, los periodistas de economía suecos se habían convertido en un grupo de incompetentes lacayos que, henchidos por su propia vanidad, carecían del menor atisbo de capacidad crítica. A esta última conclusión había llegado a raíz de la gran cantidad de periodistas de economía que, una y otra vez, sin el más mínimo reparo, se contentaban con reproducir las declaraciones realizadas por los empresarios y los especuladores bursátiles, incluso cuando los datos eran manifiestamente engañosos y erróneos. En consecuencia, se trataba de periodistas o tan ingenuos y fáciles de engañar que ya deberían haber sido despedidos de sus puestos, o —lo que sería peor— que conscientemente traicionaban la regla de oro de su propia profesión: la de realizar análisis críticos para proporcionar al público una información veraz. Blomkvist reconocía que a menudo sentía vergüenza al ser llamado reportero económico, ya que, entonces, corría el riesgo de ser metido en el mismo saco que las personas a las que ni siquiera consideraba periodistas.
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El primer capítulo consistía en una especie de declaración de guerra donde Blomkvist no se mordía la lengua.
Durante los últimos veinte años, los periodistas de economía suecos se habían convertido en un grupo de incompetentes lacayos que, henchidos por su propia vanidad, carecían del menor atisbo de capacidad crítica. A esta última conclusión había llegado a raíz de la gran cantidad de periodistas de economía que, una y otra vez, sin el más mínimo reparo, se contentaban con reproducir las declaraciones realizadas por los empresarios y los especuladores bursátiles, incluso cuando los datos eran manifiestamente engañosos y erróneos. En consecuencia, se trataba de periodistas o tan ingenuos y fáciles de engañar que ya deberían haber sido despedidos de sus puestos, o —lo que sería peor— que conscientemente traicionaban la regla de oro de su propia profesión: la de realizar análisis críticos para proporcionar al público una información veraz. Blomkvist reconocía que a menudo sentía vergüenza al ser llamado reportero económico, ya que, entonces, corría el riesgo de ser metido en el mismo saco que las personas a las que ni siquiera consideraba periodistas.
Blomkvist comparaba el trabajo de los analistas económicos con el de los periodistas de sucesos o los corresponsales enviados al extranjero. Se imaginaba el escándalo que se ocasionaría si el periodista de un importante diario que estuviera cubriendo, por ejemplo, el juicio de un asesinato reprodujera las afirmaciones del fiscal sin ponerlas en duda, dándolas automáticamente por verdaderas, sin consultar a la defensa ni entrevistar a la familia de la víctima, cosa que debería haber hecho para formarse su propia idea del asunto. Blomkvist sostenía que las mismas reglas tenían que aplicarse a los periodistas económicos.
El resto del libro estaba constituido por una serie de pruebas que demostraban con pelos y señales las acusaciones iniciales. Un largo capítulo examinaba la información presentada sobre una conocida empresa puntocom en seis de los diarios más importantes, así como en el Finanstidningen y el Dagens Industri, y en el programa televisivo A-ekonomi. Citaba y resumía lo que los reporteros habían dicho y escrito y luego lo contrastaba con la situación real. Al describir la evolución de esa empresa, aludía, una y otra vez, a esas sencillas preguntas que «un periodista serio» habría formulado, pero que la totalidad de los periodistas económicos había omitido. Una buena estrategia.
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Si un reportero parlamentario ejerciera su oficio de idéntica manera, rompiendo una lanza a favor de cualquier decisión por absurda que ésta fuese, o si un periodista político se mostrase tan falto de criterio profesional, sería despedido de inmediato, por lo menos, reasignado a un departamento donde él, o ella, no pudiera ocasionar tanto daño. En el mundo del periodismo económico, sin embargo, la regla de oro de la profesión —hacer un análisis crítico e informar objetivamente del resultado a sus lectores— no parece tener validez. En su lugar, aquí se le rinde homenaje al sinvergüenza de más éxito. Así se crea también la Suecia del futuro y se mina la última confianza que la gente ha depositado en el gremio periodístico.
Un diagnóstico acertadísimo. Cuestión de grados, diría: lo que Blomqvist/Larsson dice sobre los periodistas económicos puede hacerse aquí extensivo a los periodistas en general. En todos lados se cuecen habas, sólo que en algunos lugares les gustan más -o menos- cocidas.
Pero volvamos al principio. Veamos el reverso de lo que le pasó a Mikael. Más allá de que no cuestiona el fallo, lo que le ocurrió es que lo pasó por arriba un grupo de abogados de un personaje muy poderoso. Y a esto se alude varias veces en la novela: a que en cada situación en la cual uno tenga que buscarle las cosquillas a un poderoso se corre el riesgo de confrontar con unos poderosos abogados.
Y a esto nos estamos enfrentando acá. A cada medida que se toma para frenar los desmanes del grupo Clarín, se opone un batallón de abogados que siempre obtiene una "cautelar" en cualquier juzgado del país. Su apuesta es frenar todo el mayor tiempo posible, por lo menos hasta octubre. Después se verá.
¿Y de eso cómo se sale?
Viene en nuestra ayuda otro thriller llevado al cine, "The firm". Les pego la escena final, un diállogo entre Tom Cruise -abogado-, y Ed Harris -FBI- en el cual aquel le dice cómo combatir a la mafia (de eso se trata ¿no?). Una punta que quizás merezca la pena seguir.
El doblaje es español. Es lo que hay.
RH
Además, estas corpos ya tienen el mecanismo aceitado vía buffet de abogados. Lo que nunca se dilucidar es hasta cuando se puede sostener una cautelar y otra y otra (alguien me lo respondió una vez, pero como sea, está claro que es intrincado el asunto).
ResponderEliminarEs decir, si ujn ciudadno de a pie quisiera acudir a ellas, le sería tan problemático (tiempo, guita, formas) que iría solito al matadero. En cambio para un oligopolio ya de hecho es parte sustancial de su engranaje.
Un abrazo a todos los cumpas de Huinca.
Excelente nota Rick!! Describe perfectamente la realidad de los medios en nuestro país. Además, algunos periodistas se ganan la vida sin esforzarse mucho, casi - casi ni les hace falta haber estudiado periodismo. Y también es completamente cierto e interesante lo que decís vos Daniel. Les mando un fuerte abrazo a todos
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