viernes, 24 de junio de 2011

De la autonomía al equilibrio

Dos reflexiones a propósito de las elecciones que tendremos en la Ciudad en unos días…

Una. En los noventas se puso de moda la “autonomía”. Es cierto que estaba la cuestión Capital en la discusión, que la reforma constitucional permitió –entre otras cosas indeseables- que la Capital Federal dejara de ser un distrito sin representación política. De entonces la larga marcha para lograr el pleno ejercicio de atribuciones que usualmente corresponden a una provincia.

Sin meterme en un tema complejo como ese (cosa que voy a hacer en otro momento, porque el asunto es para discutir duro y parejo), parecía muy bueno “autonomizarse” en todo. Intendente que pasaba a ser Jefe de Gobierno, Consejo Deliberante devenido en Legislatura, concejales que se saludaban cómo le va diputado (o legislador, que también va). Y más, los radicales de aquella época (los de De la Rúa) estaban fascinados con la distribución del poder, el tercer sector y el auge de la sociedad civil. Por eso es a veces tan increíble cómo termino la historia de ese fulano el 19 y 20 (diciembre de 2001), pero no me quiero ir a la banquina…

Descentralización, prima hermana de Autonomía. Descentralizar (y no desconcentrar que es otra cosa) era, efectivamente, distribuir poder. De allí los Centros de Gestión y Participación y de allí también, este asunto de las Comunas. Mucha letra, mucho entusiasmo para una ley (la de Comunas) tan pobre y con tan poca distribución de poder. Y habría que preguntarse si desparramar poder (o hacer como si) es algo bueno per se. Parece que si, aunque pocos sepan muy bien de qué se trata. ¿Es progre viste?

Lo central seria malo y todo esto, bueno. Si uno mira a la luz de la historia porteña (o portuaria) hay que concluir en que es así. Pasó mucho tiempo con esta provincia (la de Buenos Aires, en la que estaba inmersa la Capital antes de serlo) de mandamás y expoliadora brutal del Interior y el Litoral, colonizadora cruel de la Patagonia, socia desvergonzada del Imperio Inglés. Si es por eso si, descentralizar. Pero no es por eso.

Hoy podría decir que la Autonomia es un bien adquirido y lo que digo no pretende cuestionarlo. Sólo la molestia por ese tufito a careteada que me daba en los noventas discusiones tan avant la leerte que daba para desconfiar. Después vinieron otras transformaciones en igual sentido (semánticas quiero decir) y aquí estamos.

A mi me parece que todo esto también tenía que ver con un Estado que estaba huyendo en el mejor de los casos y siendo cómplice del neoliberalismo en el peor. ¿Estado está? No señor. Mercado si, pase y vea.

Hoy las cosas han cambiado. Hablar de la Ciudad Autónoma tiene otro sentido y hay que ver que se hace con el trabajo, las industrias (limpias, limpias, alto progres que nadie les está proponiendo poner una pastera o una curtiembre), la cultura, el turismo. Pero sobre todo la producción (que aparte de la “cultural” está la industrial), el valor agregado por los trabajadores. Y esto es lo que en el fondo se discute en la elección.

El Estado hoy está cerca, se enhebra un Proyecto Nacional, tiene una direccionabilidad clara. Hay un elenco ideológicamente compacto (peronista) que lleva ese rumbo. La Autonomia de Buenos Aires se transforma en integración, no hace centro en lo distinto sino en lo que tiene en común. Es hora de empezar a reconciliarse con el resto de la Argentina. Y esto, de alguna manera, me lleva al otro tema…

Dos. Es esta manía que tienen algunos compatriotas por el “equilibrio”. Aclaro: por ejemplo, votar a Cristina en octubre (porque a muchos no les va quedando otra), pero meter la boleta del PRO en la Ciudad como para no entregarle (al kirchnerismo) todo el poder. Lo mismo pasó otras veces con Presidente y Congreso, y así. Esto presupone que siempre (siempre) el Estado es algo así como el enemigo. Un Estado ajeno, que siempre nos va a sacar algo. Un Estado peligroso. Y no digo que sea algo infundado, pero ocurre que cuando fue así, cuando el Estado fue sobre y contra la ciudadanía era un Estado Terrorista o un Estado Neoliberal. Quién conduzca el Estado no es un dato menor.

Equilibrar en este sentido me parece a mi como una forma de pararse en la indefensión como si se tratara de un valor de conciencia democrática, cuando es todo lo contrario.

En ambos casos, y permítaseme lo rebuscado de las asimilaciones, prima el temor, un miedo casi congénito a “lo público” buscando el resguardo de la patria (muy) chica en el primer caso, y en una equidistancia negadora en el segundo.

La aparición (o reactualización) de un Proyecto Nacional es lo nuevo que viene a sacudir viejas modorras. Y es lo que hay que evaluar ahora.

Da para unos mates ¿no?

Edelmiro F.

2 comentarios:

  1. Edelmiro, con todo respeto, el proyecto nacional no es nuevo, se enmarca en opción que siempre ha tenido el campo nacional y popular, entre el pueblo y la oligarquía en los años 50, entre liberación o dependencia en los setenta, hoy la opción es entre el pueblo y las corporaciones. Esto tiene historia Edelmiro, y facilita posicionarse. Tenemos un proyecto, mejor dicho, volvemos a tener un proyecto NACIONAL y POPULAR. Cada quién sabrá dónde ubicarse, no es tan complicado. Saludos

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  2. totalmente de acuerdo compañera, no veo contradicción. El Proyecto Nacional actual de desarrollo con inclución social tiene ese antecedente sin duda. Edelmiro F.

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