El círculo se cierra: Bartolomé Mitre, el descendiente
homónimo de quien fuera, en complicidad con el Imperio del Brasil, asesino del
pueblo paraguayo y de decenas de miles de argentinos reclutados por la fuerza,
ahora en Brasil, intentando..."¡Que alguien haga algo!"
No. Es buscar, desesperadamente, que eso que está en boca de esa “gente” tan intoxicada, “que alguien haga algo”, que siempre se transformó en un golpe de estado, ahora sea algo más, sea que “el mundo” haga algo. Sacar a los grandes monstruos de sus cuevas y convencerlos de que somos lopeordelopeordelopeor y que debemos ser castigados.
Que lo que antes era suficiente, unos militares con el armamento y el fanatismo necesario como para matar a su pueblo atado y desarmado y a oscuras, ya no están. Que alguien haga algo. Alguien más grande. Quien sea.
Son cosas muy graves las que están pasando, muy serias las cosas que se dicen y se hacen. No me voy a manchar hablando de delito de traición a la patria, lo que hace esta gentuza es perjudicar la vida cotidiana de millones de personas, ponerla incluso en peligro. Eso no necesita tipificaciones especiales, estamos tratando con individuos que asocian patria con moneda extranjera, con voto calificado, con democracia restringida, con el imperio de leyes y tribunales extranjeros. Mientras enarbolan miles de banderitas azules y blancas.
Lo que de una vez por todas tiene que imperar es la justicia. El imperio de la Justicia, eso que tantas veces se dice sin saber muy bien de qué se habla. Que la Suprema Corte actúe como Suprema Corte y sentencie y dictamine y asegure que las leyes se cumplen para todos y que quien perjudica conscientemente la vida de millones de inocentes debe ser castigado de acuerdo a sus responsabilidades. Esas supuestas libertades que se toman y se atribuyen son actos de guerra, de guerra contra la sociedad entera.
El riesgo, “supremos”, es grande. Si estos individuos irresponsables se salen con la suya, toda la sociedad caerá bajo su yugo, y ustedes serán los primeros en caer. Ésta será esa sociedad esclavizada con la que babeó Rudi Dornbusch en el 2002 –el diablo está en malas compañías-, un país gestionado por técnicos extranejros, bajo una pura lógica extractiva, y el resto de la sociedad, marginada, viviendo de las migajas que Buzzi en algún momento propuso darles a cambio de que el Gobierno les quitarla las retenciones.
Estos individuos cometen montones de delitos, ya no sólo los que están bajo investigación: sus declaraciones, sus infundios, sus noticias inventadas, que tienen un objeto definido, son fraude y estafa seguro.
Es hora de que la batalla de Pavón termine como tenía que haber terminado en su momento: con la derrota de Mitre. La inexplicable retirada de Urquiza llevó a la “pacificación” del país con miles de muertos, por ejemplo los 400 degollados de la Cañada de Gómez por parte del otro asesino del pueblo paraguayo, el cruel oriental Venancio Flores. Muertos muertos muertos, y sin parar llegaron a Paraguay y siguieron matando, y no pararon nunca, hasta ahora.
Y ahora, otra vez en Brasil, un Bartolomé Mitre intentando negociar, con quien sea, nuestro exterminio.
Que alguien haga algo.
Sólo por querer ser algo más libres, algo más felices. Por no querer ser como su deber ser, el de apéndice de un imperio que ni siquiera existe más que en el imaginario de esos miles de infelices cuyas almas contaminan y ensucian a diario con sus visiones de pesadilla.
La Suprema Corte tiene que asegurar el imperio de la Ley y la Justicia para los ciudadanos cuyos derechos tiene que amparar. Y la Justicia no es ciega, eso es un invento de los abogados para justificar su defensa de lo indefendible. Por el contrario, la Justicia tiene que tener los ojos bien abiertos, una justicia que es ciega no es justicia, no puede ser independiente del efecto de sus decisiones.
En la Suprema Corte hay ciudadanos libres que conocen la historia de este país y de los sufrimientos de su pueblo; ya no hay excusas. Deben aportar su parte a que lo terrible, que una y otra vez asoló a las gentes, a los pueblos, a la sociedad toda de este país, no ocurra más.
Sino, todo habrá sido en vano. Y no es cuestión.
Sólo por querer ser algo más libres, algo más felices. Por no querer ser como su deber ser, el de apéndice de un imperio que ni siquiera existe más que en el imaginario de esos miles de infelices cuyas almas contaminan y ensucian a diario con sus visiones de pesadilla.
La Suprema Corte tiene que asegurar el imperio de la Ley y la Justicia para los ciudadanos cuyos derechos tiene que amparar. Y la Justicia no es ciega, eso es un invento de los abogados para justificar su defensa de lo indefendible. Por el contrario, la Justicia tiene que tener los ojos bien abiertos, una justicia que es ciega no es justicia, no puede ser independiente del efecto de sus decisiones.
En la Suprema Corte hay ciudadanos libres que conocen la historia de este país y de los sufrimientos de su pueblo; ya no hay excusas. Deben aportar su parte a que lo terrible, que una y otra vez asoló a las gentes, a los pueblos, a la sociedad toda de este país, no ocurra más.
Sino, todo habrá sido en vano. Y no es cuestión.
RH
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